Ahí van las manchas burlistas de salsa sobre la ropa, la caspa infantil de los cráneos añejados, el insulto de un conductor pasado de rojo, la mueca de las calles quebrando el asfalto, las bocacalles sonriendo de asombro, los pétalos negros de la caña en el fuego, los azahares hediondos de centro, los lapachos pintados de avenida y entretiempo, los adoquines escondidos del cemento, los papeles tosidos por la peatonal, la basura vestida de humanidad. Ahí van los pralineteros con su aroma de azúcar y cobre, los achilateros con la escarcha de postre, los colectiveros con laberintos repetidos de paradas, las oficinas misteriosas de las galerías, los panchuques con el aderezo de las florerías, las llagas de las vías inusuales, la hondonada del puente de la 24, la asfixia mecánica del puente de la Sarmiento. Ahí van las palomas sobre la libertad, la fuente desde un costado, el lago desconfiado del parque y su rosedal abusado, la serpiente del cerro, el incendio del verano. Ahí van los basureros en la noche, los astronautas por el espacio, los repetidos en sus camas, los enamorados en un astro, los rutinarios en sus relojes, los desahuciados del barro. Ahí van todos, ahí van, sólo hay que mirarlos.