Se encienden las cumbres en la noche
como altivos dientes de filos lustrados.
La luna es un mendigo con trapos plateados.
Campo empotrado bajo el silencio del viento
dame de tus hombros dos corceles soñados.
Dame de tus cerros un corcel temerario
duro como tus noches, veloz como un relámpago.
Y en el cargaré este yo, de mis pesares vástago.
¡Que se lo lleve lejos lleno de todo lo malo
y que vuelva habiéndolo tirado en otro pago!
Por último dame te tus ríos, potro templado
fuerte como las rocas, ágil como el remanso.
Y en él me iré buscando amparo y descanso.
Galopando con el pecho de dolor arremetido
hasta en una mujer caer en su regazo manso.