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Idilio de las Mariposas

Según la tradición, a cada criatura al nacer, antes de darle el pecho, se la obliga a tragar una larva de Lepidóptera. A las niñas una turquesa y a los niños una esmeralda. El amor extinguido que se hereda de los padres en el vientre materno, genera un cromosoma ceniciento en cada embrión, por lo que están destinados a nunca jamás sentir atracción, afecto, deseo, pasión o amor. Por ello, el objetivo de este acto posparto es –a modo de esperanza- incubar en el nacido el sentimiento pleno de las relaciones que, concentradamente, se sabe que tienen dichos insectos.

La Papilio amoris (nombre científico de esta Lepidóptera) a diferencia de alimentos o elementos a ingerir, no caduca ante los jugos gástricos, la falta de oxígeno o cualquier necesidad propia; es inflexible ante el vómito y la excreción y contiene el mismo veneno sin diferenciar a cada sujeto.

Durante toda la vida, la larva se desarrolla paralelamente al crecimiento del individuo dentro de su estómago. Llegada la época de la pubertad los cambios en el organismo hacen que el capullo se abra y la mariposa comience a aletear y a segregar su veneno. Al principio, y durante toda la juventud, el aleteo es intenso y desenfrenado y el efecto de la toxina es absoluto, produciendo osadía, temor, impulsividad, somnolencia, insomnio y torpeza entre tantos otros efectos.

La toxina, que es rápidamente asimilada y enviada al torrente sanguíneo, produce un aroma inodoro que se emana a través de los poros de la piel y que sólo es asimilado por el olfato del individuo que contenga la Lepidóptera complementaria. El hecho de que ambos sujetos se encuentren en el mismo estado, hará que las Lepidópteras desesperen en el estómago e impulsen a la atracción mutua. Desde ese momento las mariposas buscarán la toxina opuesta, previamente diseminada por todo el cuerpo, que sólo obtendrán por medio de la saliva adquirida mediante el beso de los individuos.


ACTO I: LAS DISTANCIAS

Escena Lateral: Un claro yermo en la noche, lejos del pueblo. Un hombre y su mujer por dar a luz.

Coro de gusanos:
Bajo tierra estamos y bajo tierra miramos y aunque nos pisen la frente o nos coman las serpientes nuestra memoria es inerme y colectiva. Cualquiera que nos muerda la adivina.

Sobre nosotros están los padres temblorosos. Lejos, muy lejos, arrastrando despojos, la vida se abre paso impidiendo su descanso. Bajo la noche de ignominias, pálidos y con la presencia nimia, nace nuestro Adante. ¡Que la desgracia nos sustente y nos aguante!

La madre moribunda se desangra en tierra oriunda. El padre de la criatura tantea su vida futura. Y mientras muere su mujer busca la larva que su hijo ha de comer.

¡Esa no es! ¡No se la dé al pobre Adante! ¡Esa es la larva de los destinos calcinantes!

Pobre Adante, signado por la desgracia a consecuencia de la inconsciencia.

Otra Escena Lateral: Un cuarto iluminado por velas en el pueblo. Una mujer por dar a luz sola.

Coro de gusanos:
Bajo tierra seguimos y bajo tierra morimos y aunque nos cubran los pisos o nos excaven por siempre nuestra verdad es única y exhaustiva. Cualquiera que nos pruebe lo confirma.

Sobre nosotros un suelo y sobre el suelo una madre que ha quedado sola una tarde, tiene miedo de que su cría repita su vida fría.

Nace en sangre la pequeña Meleva, la madre temblorosa, una súplica eleva: ¡Que no sufra los hierros de la soledad! ¡Que no se contente con la vaguedad! ¡Amarás y amarás como nadie nunca amó jamás!

Y la pobre Meleva sin querer, traga un racimo de larvas azulinas. Amará lo que su madre no amó en vida. Luego eleva un llanto y expira.


ACTO II: EL ENCUENTRO

Un río bajo el sol. Una alimaña deforme picoteando el suelo. En un extremo Adante de pie y en el otro Meleva contemplando el exterior.

Alimaña:
¡Salgan gusanos! ¡Salgan desechos! ¡El hambre carcome y ustedes son mi derecho!

Gusanos:
Deberás excavar, deberás hacerlo. Si somos tu alimento que te cueste un trecho.

Alimaña:
¡Quiero comer y lo quiero ya! Si ustedes no salen buscaré más allá.

Gusanos:
Huye alimaña. No quieras volver. Y si tienes hambre, excava o cambia de parecer.

Alimaña:
Picotearé los ojos de este que está aquí. Son verdes y refulgentes como la hierba que no vi.

Gusanos:
No podrás hacerlo, criatura aborrecida. Te arrancará las partes y te cocinará enseguida. Ese que ves ahí se llama Adante y lleva dentro suyo la esencia calcinante.

Alimaña:
Entonces los ojos de aquella que tan profundo suspiran. Tienen el brillo de las estrellas y el azul de las aguas que giran.

Gusanos:
Esa es Meleva, y no la tocarás. Belleza semejante jamás encontrarás. No hay rio que la iguale, no hay sombra, no hay paz. ¡Ni se te ocurra! ¡Calla ese pico mordaz!

Alimaña:
Para mí la belleza no significa nada. Tengo hambre y mi alimento es su mirada.

La alimaña avanza hacia Meleva que está sentada en la tierra. Meleva grita ante el ataque y es escuchada por Adante que corre en su ayuda.

Adante:
¡Aparta, bestia inmunda! Te torceré las fauces y antes de que te desguaces tragarás tu propia tunda.

Adante descalabra a la alimaña que se aleja moribunda. Luego se adelanta hacia Meleva que está tendida en el suelo inconsciente y con rasguños. La levanta en sus brazos y la lleva consigo.

Coro de gusanos:
¡Oh destino de las trágicas cosas! ¡¿Por qué encuentras a dos muertos recién en sus fosas?!


ACTO III: EL ENAMORAMIENTO

Una especie de refugio de columnas de madera y paredes de tela en medio de un claro yermo lejos del pueblo. Meleva despierta en un lecho en el suelo sin mostrarse.

Meleva:
¿Quién eres que me has traído aquí, desconocido?

Adante:
Soy Adante y te he salvado de un peligro.

Meleva:
¿Has sido tú o ha sido el desgraciado destino?

Adante:
¿Por qué dices eso, incierta dama fría? Si yo no me hallaba no te hallaba el día.

Meleva:
He tenido un sueño de tristes agonías. Amaba a quien me salvara de este sino. Amaba y amaba y la desgracia venía.

Adante:
Mírame y no temas, sólo incierto es el destino. Mírame y no temas, yo jamás te dañaría.

Ambos se miran en un silencio perenne que enardece sus venas.

Coro de gusanos:
Como un mar de incendios, como un viento corrosivo, los capullos de ambos ceden ante sus atractivos. Ya no podrán salvarse, ya no descansarán, han quedado cautivos bajo sus destinos que los consumarán.


ACTO IV: LAS CALCINACIONES

Separados por un río Meleva y Adante se miran como lo hacen desde hace cien días.

Gusanos:
Van y vienen como la peste y los gusanos, por sobre la sangre, los llanos y los ríos fatigados. Les cansa el amor comprimido, la sangre encarcelada, los besos reprimidos. Les cansa la piel enmudecida, las manos resguardadas, las noches apartadas, las luces encendidas.
No soportan, no se soportan, no soportan más. La distancia del destino los esclaviza frente a frente. No soportan, no se soportan, no soportan más. Cederán a sus aguas, como el sediento ante una fuente.

Adante:
Meleva, ensoñada, desconozco si me eres real o imaginada. Tanta suerte de tenerte no es apreciada si tus ojos en el aire son sólo imagen no alcanzada.

Meleva:
Adante, no duelas, es también para mí lanza trepidante el no poder tomar tus manos que siempre me serán nuevas. Si cedemos paso a nuestra suerte no volveremos a ser presentes. ¡Sé valiente! O quién sabe lo que nos suceda.

Coro de gusanos:
La belleza, la osadía, la experiencia, la manzana, son cosas que deben ser siempre tomadas, a pesar de los destinos, a pesar de las espadas, sólo un instante divino justifica cualquier desgracia.


ACTO V: LA CONSUMACIÓN

Adante, tomando de la mano por primera vez a Meleva, la lleva sobre un monte donde el destino los espera.

Coro de gusanos:
Aquí estamos, aquí, en la hora señalada. Ya no habrán más tiempos, ni deseos ni distancias. Hoy las alas perforan la sangre, las pieles, las almas. Hoy el destino amanece en sus miradas.

Adante:
Siento tus manos por primera vez y siento que soy nada. Pase lo que pase recuérdame o consúmame en tu alma.

Meleva:
No tengo miedo, las nubes inciertas se desarman. Ven a mí de una vez y para siempre y abramos juntos las alas.

Se besan por fin luego de tanto tiempo. Las miles de mariposas interiores de Meleva la consumen desde adentro para luego devorar a Adante.

Coro de gusanos:
El destino calcinante cabalga por sobre el sol. Alza una mano, una lanza lacerante y en el beso clava su candor. El fuego arde, la piel de Adante se resplandece de tanto amor. El fuego asedia y así Meleva es consumida en su interior. Meleva siente que flota y vuela, Meleva no es más un solo color: hay mariposas, mil mariposas de azul marino y hambre de sol. Sus alas baten, no se contentan, y al cuerpo amado como saetas apuntan dientes ¡consumación! Adante ardiente su cuerpo entrega a las aladas ¡consumación! Adante es vientre de mariposas, Meleva es alas ¡consumación! Y así son uno en mil reflejos que reverberan bajo el destino que los unió. ¡calcinación!