Montañas silenciosas
Se herrumbra la luna como puesta al fuego
y su luz fantasma que todo lo hace arcilla
tiñe de azafrán los campos y los cerros.
La tierra regurgita los pies trabajadores
que han quedado estáticos y ásperos
en la piel de los rastrillos y las palas yertas.
Ahora todo es arcilla; todo es barro candente
todo está oxidado por los cielos de hierro.
Las manos toscas descansan sus lomos callosos.
El sueño intenta serle montura para la jornada
a los de frente soleada y espalda magullada.
Mientras, los dolores ruedan por los ladrillos.
El plato de bronce cruza el cielo herrero.
La soledad es un diluvio de barro seco.
Pero los sueños perdidos, los abrazos estrechos
que cruzan una espiga y se quedan en el recuerdo…
son una fruta pulida, un suero de océano
para la mujer lejana y el perdido artillero.