Pienso quedarme silbando latitudes,
punteando horizontes o marcando la brisa.
Me duelen los pies que nunca me llevan.
Me duelen las horas que se destiñen,
y las paredes del cielo que se descuelgan.
Pienso quedarme marcándole un mapa
con una hoja de mi voz entintada,
arriba de sus ojos, en la celeste capa.
Tengo miedo de esta doliente lucha,
de este bosque pálido, engañoso,
de los lobos que de la tierra emanan.
Pienso quedarme sonando y latiendo
como un eco de agua o una ola de hierro.
Se van sus ojos, su mirada de mis manos,
se va su pelo, su cuerpo temprano,
como la madrugada sobre suelos lejanos.
Hay una cruz invisible sobre sus labios,
y sobre los míos un deseo repentino
de querer estar en los suyos encordados.
Aquí pienso quedarme encofrado
a esperar que escuche mi camino.