Sobre los viajes – #33
Ida
Y levanto el brazo a una nueva desgracia diaria. Viene silbando, viene chorreando todo su humo engranado. Llega. Se pasa de largo gimiendo. Salto. Lo monto furibundo. ¿Él o Yo? ¿Oyó? Cierra su boca plegada. Esa lengua gris y azul detrás del volante, toda estancada, estalactada, estaciónica, estacionada, estabroncada… -estácansada-, me cobra el viaje y me da el boleto. Hasta entonces el aliento gargueroso ya se baña en mis bronquios branquiales. Me escamo, me escamoteo: un nuevo pescado viajero. Los huesos amarillos de soporte y sustento se extienden por todo el bestial cuerpo. De un lado se ven los individuales, los individuos que viajan solos, solos sentados, ateridos a los vidrios rasguñando paisajes repetidos con las uñas gastadas de la mirada. Del otro lado se ve a los ambiguos, a los bípedos a quienes no les importa quién se siente consigo. A los que muchas veces comparten destino. Pero éstos tampoco se salvan de las ventanas, de las imágenes girantes que suben, bajan, se escalan, se entalcan, se cargan, se cimbren, se engrampan poro a poro hasta en la eufémica extremidad.
Vuelta
Delante van los desgastados, los obstruidos, los impedidos, los encanados, los artrósicos, los que sin haber visto Medusas petrificaron sus luces. Hacia atrás la fuente del tiempo se desenreda y vienen los sanos, los viajantes estudiantes, los endemoniados, los santos, los celesteyblanco, los que en vez de venas tienen cables, los que creen que tienen oído y sólo tienen parlantes, los que se alargaron y son tan torpes que cualquier pierna les atañe, los que no quieren ver a nadie, los que no quieren ser vistos, los que prefieren mirar, los que se quedan dormidos con la boca al ritmo de los baches. Pero también están: los que como tortugas impiden el paso a los pasantes, los que siempre -¡que coincidencia!- resguardan una cabellera, los que incomodan de pie habiendo lugares, los que en invierno dibujan los cristales, los que en verano Dios le baje los brazos, los que, como a muchos, no controlan el volumen y son la burla con su canto. Ahora bestia férrica, es el turno de mi descenso, el timbre se enciende, la luz suena, vuelven a criticarse los hierros. Chau pequeño ecosistema salvaje, chau gran estómago de piernas, chau, chau, hasta que vuelva.