Sitio Lufso

Textos en Cuarentena #4 – Neblina

Llamó a eso de las once un tanto agitado.

—Hola.
—Mañana vamos temprano al cerro —dijo directamente.

—¿Estás bien?

—Si, sólo vengo de correr. Prepará las cosas que a las ocho paso por ahí.

Y no se dijo más, a las ocho menos diez de la mañana Marcos estaba tocando a la puerta de Oscar.

—¿Qué se te dio por ir al cerro tan temprano?

—Nada, sólo se me ocurrió como para pasar el día.

—¿Te diste cuenta que va a llover?

Marcos lo miró un tanto extrañado, pero al fin recordó la televisión y la radio.

—No creo que llueva —dijo—. El cielo está despejado.

—Tenés ojos para ver y ves menos que yo. Ahora pasá y ayúdame a buscar mis anteojos y un piloto.

Marcos entró y repasó todo el departamento pensando en que a su amigo, al fin y al cabo, no tendría por qué importarle tener cosas que combinen o el color de los muebles y de la pared, que podría estar en una habitación llena de luces de neón y colores extravagantes y de cualquier forma no importaría. ¿Cómo será quedar ciego? Se preguntó mientras tanto, algo que sin dudas había pensado más de una vez pero nunca se atrevió a mencionar. Al fin Oscar apareció por el pasillo.

—Bueno, estoy listo, a respirar un poco de aire porque el paisaje es lo de menos.

Ambos se rieron, Oscar se puso los anteojos y salieron del departamento. Ya en el ascensor a Marcos se le vino otro pensamiento superficial sobre el tema al mirar los botones que se iban encendiendo a medida que bajaban. Luego dijo:

—¿Viste el noticiero? Yo no escuché nada sobre amenazas de lluvias.

—No me hizo falta, escuché las golondrinas. Lo único que espero es que no nos agarre en el transcurso.

La puerta del ascensor se abrió. Atravesaron la entrada del edificio y salieron a la calle. Marcos tomó repentinamente el brazo de Oscar y lo llevó con apremio.

—Vení rápido por acá. Tené cuidado.

Abrió la puerta del auto y Oscar entró un tanto extrañado. Una vez adentro pudo escuchar que alguien con una voz de autoridad indagaba a Marcos.

—Es mi amigo y tengo que llevarlo al médico.

Después de unos segundos Marcos entró al auto y rápidamente arrancó.

—Yo no necesito ir al médico —le dijo Oscar en tono irónico.

—No te preocupés, era un municipal que me estaba por multar por ponerme en doble fila.

Oscar simplemente apuntó su rostro hacia su amigo y levantó una de sus cejas. Marcos lo vio de reojo pero hizo como si nada.

—Bueno, pongamos un poco de música.

Encendió la radio. Quedaron en silencio un largo tramo escuchando baladas en inglés hasta que la música se interrumpió por la voz de un locutor. Era fresca y mecánica y a Oscar le pareció más similar a una propaganda. El locutor dijo: “Nueve cero quince de la mañana. Habrá controles en toda la ciudad. A primera horas de la madrugada el ministro de seguridad anunció las siguientes medidas…”. Marcos cambió inmediatamente la radio.

—Política, política…—dijo en un tono de queja casi forzado—. Queremos escuchar música no las noticias.

Puso otra emisora de folklore y continuaron el viaje.

—Che ¿Y tu familia? ¿Cómo andan? —preguntó Oscar.

—Bien, bien —dijo Marcos un poco distraído y volvió en si—. Se fueron ayer a los valles a pasar unos días, yo me quedé porque tenía que hacer unos trámites y bueno, quería salir un poco y acá estamos. Tus viejos ¿Qué tal?

—Anoche intenté llamarlos pero no me atendieron —Marcos respiró profundo—. Pero bueno, ya son gente muy grande y ni saben utilizar los celulares, mi viejo mucho menos como ya te imaginarás.

Se hizo un breve silencio.

—¿Querés tomar o comer algo? —preguntó Marcos—. Hay una bolsa con cosas del lado tuyo en el asiento de atrás.

—No estaría mal.

Oscar se torció un poco entre ambas butacas y estiró su brazo derecho hacia atrás. Tocó primero una bolsa y sintió varias latas. Luego tocó más al costado y sintió una bolsa llena de paquetes. ¿Fideos quizás? ¿Arroz? Por último logró alcanzar una botella y la llevó para adelante.

—Veo que alguien hizo las compras para varios días. ¿Qué es esto que agarré?

—Agua mineral.

Continuaron viaje. Ya cerca del pie del cerro Oscar volvió a hablar:

—Tené cuidado.

—¿Cón qué?

—Viene una ambulancia.

—¿Dónde? ¿Cómo sabés?

Nadie tuvo tiempo de contestar. Sin darse cuenta Marcos había caído en un control policial. Frenó, le pidieron identificación y le preguntaron a dónde se dirigían. Marcos alegó que llevaba a su amigo a su casa en el cerro. Los oficiales dudaron un poco, pero al fin lo dejaron pasar.

—Te voy a tener que empezar a cobrar por cada vez que me usás para salvarte.

—Es más fácil así, sino te tienen una hora con los papeles.

—¿Cuál es el apuro?

Marcos se notaba nervioso y un poco tenso. Antes de que tuviera que responder la sirena de una ambulancia evidenció su acercamiento rápidamente. A los pocos segundos pasó por su costado.

—Vos tenés superpoderes —dijo Marcos.

—Ustedes no saben escuchar, eso es lo que pasa. No prestan atención.

Avanzaron unos cuantos minutos por la ruta del pie del cerro y luego frenaron. Ambos se bajaron del vehículo. Oscar desplegó su bastón blanco.

—Tomá, ¿Podés llevarme esto por favor?

Marcos le extendió una mochila de tipo campamento a Oscar.

—¿Para qué es esto?

—Llevo agua y unas cosas por si nos agarra la lluvia.

Marcos acomodó las latas y los paquetes dentro de otra mochila y se la puso a la espalda. El sol colmaba el cielo y apenas unas nubes blancas lo cruzaban.

—Vamos por aquí que es el sendero más tranquilo, calculo que en tres o cuatro horas a paso tranquilo ya estaremos arriba.

Y comenzaron a subir. El camino era empinado pero no imposible para Oscar, salvo en algunas partes que Marcos se adelantaba o retrocedía para ayudarlo a pasar. Mantenían una conversación fluida más que nada llena de indicaciones. Al cabo de unas cuatro horas se detuvieron.

—Bueno, creo que aquí estamos bien —dijo Marcos.

—¿Llegamos a arriba? No escucho gente ni autos.

—Estamos arriba, pero un poco más alejados. Para desintoxicarnos mejor ¿No te parece?

Oscar se sentó en el suelo y se quitó la mochila. Al momento Marcos la agarró y comenzó a sacar cosas de ella. En veinte minutos había levantado una carpa.

—No te quise molestar —dijo entonces Oscar— porque era evidente que estabas muy ocupado. ¿Pero qué estabas haciendo?

—La carpa—dijo Marcos.

—¿Carpa? Me estás jodiendo que trajiste una carpa.

—Y si ¿No dijiste que iba a llover?

—Si, pero vos ya trajiste la carpa antes de que yo te lo dijera.

—Vos serás un profeta, pero aquí el precavido soy yo. Ahora dejá de hacer preguntas y comamos algo.

Sacaron unos paquetes de galletas, hicieron un fuego, calentaron agua y cebaron mates. Un rato después cortaron panes y prepararon sánguches. Mientras comían el cielo se nubló y hubo un lejano relámpago.

—Viste que iba a llover—dijo Oscar con regocijo mientras masticaba.

Marcos miró de nuevo al cielo y de repente una leve llovizna comenzó a caerles encima. Se levantaron y se dispusieron debajo del pequeño toldo de la carpa. Fue entonces que Marcos se animó.

—Che, siempre te quise preguntar —comenzó— y espero que no me lo tomes a mal. No es que quiera tocar la herida ni nada por el estilo…

—Preguntá de una vez —se le burló Oscar.

—¿Cómo es quedarse ciego?

—¿Esa era tu pregunta? Pensé que ibas a decir algo mucho más ridículo. Para empezar no soy ciego de nacimiento y eso es algo muy importante. Yo no puedo decirte lo que es haber vivido desde siempre sin poder ver. Si vos a mí me explicás como es algo yo ya tengo ejemplos, sé lo que son los colores y las formas y muchas cosas. Además ahora no veré pero tengo otras cualidades. Tenés que aprender a vivir con esto porque no te queda otra. Yo por lo menos ya sabía lo que me esperaba con el ejemplo de mi viejo y mi abuelo así que mucho no me aterrorizó. De cualquier forma fue bastante difícil al principio pero ahora ya es algo natural. Es más, puedo ver cosas que los demás no ven. Como ahora por ejemplo, sé que estás tenso y nervioso, pero no me quiero meter en tus asuntos.

Marcos se rió y luego exclamó evitando así tocar el tema:

—¡Uy! Ahora hay neblina.

—Cambiá nomás nomás la conversación todo lo que quieras. Sé que algo te preocupa, pero como te dije recién: son tus cosas y si no me querés contar estás en tu derecho. Igual, sabe que yo lo sé.

Oscar le apuntó con un dedo que resultó ser demasiado preciso.

—A todo esto no me contestaste —dijo Marcos— ¿Cómo es quedarse ciego?

—Bueno, mirá —Oscar meditó un momento—… ¡Si! ¡Ya sé! Es igual que una neblina. Al principio empezás a ver borroso, como si de a poco se te humedecieran los ojos. Después perdés la definición de las cosas que están más lejos y así hasta las cosas que están cerca. Terminas viendo todo como en una nube pero con colores y formas. Al final, en la última parte poco a poco todo se va reduciendo mediante un círculo blanco que cada vez se cierra más y más hasta que quedás en medio de la neblina.

—¿Y así es todo el tiempo?

—Si, mientras estoy despierto y tengo abiertos los ojos, sí. Cuando duermo es igual que como antes, todo oscuro.

Quedaron en un largo silencio. Unas aves se escucharon a lo lejos entre los grillos. La siesta iba declinando.

—Ya es hora de que se disipe la neblina —dijo Oscar—. La tarde no está muy lejos.

Marcos lo miró presagiando que sus palabras se harían realidad y sin poder entender cómo era posible que supiera todas esas cosas.

—Marcos —dijo nuevamente Oscar en un tono más serio— ¿No me estarás ocultando algo?

La niebla entonces se disipó lentamente. El sol extendió unos rayos tenues y anaranjados por detrás de las cumbres. Marcos al ver todo esto se asombró y al mismo tiempo se sintió acorralado.

—¿Cómo es posible? La niebla se fue.

—Marcos, no me cambiés de tema. ¿Qué está pasando? ¿Está todo bien?

Marcos se mordió los labios y miró hacia abajo la ciudad que se extendía hacia la noche. En distintos puntos de la ciudad se veían numerosas luces de alarmas y columnas de humo que se levantaban hacia el cielo.