Un recorrido inmóvil a través de distintas historias a lo largo de casi una década dejan cuenta de una gama de colores y estilos. La noche unilateral aúna las aristas del amor, el romance y las pasiones con la soledad, el sueño y el insomnio. Transversal a todo ello, cavilaciones y desvaríos se complementan de forma pertinente con la espera y el anhelo, los miedos y la fragilidad, lo fugaz y la memoria, la Amistad y el deseo, el tiempo y la muerte.
De amores y deámbulos es una obra poética que nos transporta por los laberintos emocionales del amor, la pérdida y el paso del tiempo. A través de una rica combinación de imágenes evocadoras y una lírica que fluye con intensidad, Lufso explora los sentimientos más profundos del ser humano. Los poemas son una travesía en la que el amor se vive en todas sus formas: el deseo, la nostalgia, la pasión y la melancolía.
Con una prosa cargada de sensibilidad, Lufso nos guía por paisajes emocionales donde los protagonistas son tanto los recuerdos como los silencios. Cada poema es un fragmento de una historia más grande, donde el lector se pierde entre versos que invitan a reflexionar sobre las cicatrices del amor y las sombras que nos acompañan en nuestros deambulares.
De amores y deámbulos es un viaje íntimo que cautiva a quienes alguna vez han amado, han perdido o han sentido la belleza y el dolor de lo efímero. Ideal para aquellos que buscan una poesía que conecte con las emociones más profundas y universales, esta obra es un refugio para los que quieren leer con el corazón.
1. La exploración del amor en todas sus facetas
Uno de los aspectos más cautivadores de De amores y deámbulos es su enfoque integral del amor. Lufso disecciona este sentimiento desde todas las perspectivas posibles: el amor apasionado y fugaz, el amor que duele, el que se anhela en la distancia y el que permanece en el silencio. La obra nos recuerda que el amor no es una emoción lineal, sino una fuerza dinámica que nos transforma, y Lufso lo plasma con una delicadeza lírica que logra hacer tangible el peso de cada palabra.
2. La metáfora del deambular como búsqueda personal
El concepto de «deambular» en el libro es más que un simple vagar físico; es una metáfora para la búsqueda emocional y espiritual. A lo largo de los poemas, los personajes parecen caminar, no solo por paisajes reales, sino también por los intrincados caminos de sus propias emociones. Lufso captura esta sensación de deriva emocional con gran maestría, haciendo que el lector sienta ese «deambular» como una búsqueda de respuestas, de alivio y, en última instancia, de autocomprensión.
3. El uso del silencio y la pausa como elementos narrativos
Uno de los recursos más efectivos de De amores y deámbulos es el manejo del silencio y las pausas. Lufso logra hacer que los espacios entre las palabras hablen tanto como los propios versos. En lugar de ser solo transiciones entre emociones, estos silencios son momentos de reflexión, donde lo no dicho tiene tanto peso como lo explícito. Es en esos silencios donde los personajes encuentran sus mayores verdades, y donde el lector es invitado a detenerse y sentir la profundidad de lo que se está sugiriendo.
4. La fusión entre lo visual y lo emocional
La obra está marcada por una gran riqueza de imágenes visuales, donde el paisaje, los colores y las texturas juegan un papel fundamental en la creación de atmósferas cargadas de significado. Los poemas pintan paisajes emocionales que el lector puede casi tocar y sentir. Lufso utiliza estos elementos visuales para conectar lo tangible con lo emocional, creando una experiencia de lectura envolvente que despierta los sentidos. Cada poema es una ventana a un mundo interno lleno de colores que representan el estado emocional de los protagonistas.
5. El paso del tiempo como tema recurrente
El tiempo en De amores y deámbulos es un personaje más. Los poemas están impregnados de una constante reflexión sobre el paso del tiempo, sobre lo efímero y lo perdurable. Lufso trata con gran sensibilidad temas como la nostalgia, la memoria y la inevitabilidad del olvido, creando un diálogo entre el presente y el pasado que resuena a lo largo de toda la obra. Esta mirada a lo transitorio nos recuerda que el amor y la vida son fugaces, pero las emociones que dejan en nosotros pueden ser eternas.
6. La intimidad en los versos
La poesía de Lufso es profundamente íntima. Cada poema es como una confesión, un pedazo de alma ofrecido al lector. Esta intimidad genera una conexión inmediata, como si el autor hablara directamente al corazón de quien lee. A través de su estilo confesional, Lufso logra despojarse de cualquier artificio, y presenta sus emociones más puras y desnudas, invitando al lector a hacer lo mismo con las suyas.
Vienen pasando lentas de luna
con sus reflejos cautivos,
con sus hojas de arena, mudas,
pronunciando en la noche rocíos.
El vaso derramado, cristal que inunda
el cuarto, la mesa, las velas, los libros.
Y es un desierto lleno de agujas
las pieles que fueron hambres
enhebradas de suspiros.
La boca de ayer dibuja
en rojo, azul y amarillo,
el hilo, la sed y el filo.
La memoria tiene sangre,
nosotros la llave del cuchillo.
La sombra como metáfora de lo oculto y lo no dicho
Las sombras aparecen de manera recurrente en los poemas como símbolo de lo que permanece oculto, los aspectos de la vida y del amor que no se expresan directamente, lo que acecha en los rincones de la memoria o del subconsciente. También representan el misterio y la parte intangible de las relaciones humanas.
Ejemplo:
En Huésped sin sombra, Lufso juega con la idea de una presencia que no tiene sombra, lo que sugiere la ausencia de algo esencial, de una presencia incompleta:
«Tu imagen se acerca a mi mirada, pero no reconoce el pozo, la trampa…»
Aquí, la sombra parece simbolizar aquello que falta o aquello que el yo poético no puede captar, haciendo alusión a una incompletitud en la relación o en la comprensión del otro.
La memoria como preservación de lo perdido
En De Amores y Deambulos, la memoria aparece como una forma de inmortalizar aquello que se ha perdido, especialmente en el ámbito del amor. Los recuerdos no solo preservan momentos felices o personas queridas, sino que también son un recordatorio de lo irrecuperable. La memoria se convierte en el único refugio ante la ausencia y el olvido, prolongando la presencia de los seres amados en la mente del yo poético.
Ejemplo: En el poema «Uno a uno», el recuerdo se presenta como algo involuntario que sigue apareciendo en la mente, incluso en los momentos más cotidianos:
«Uno va y sin querer / a la mitad del desayuno / uno piensa en otra piel / y de repente inoportuno / uno perdió ante quien / a su Roma y a sus muros / los dio vuelta y al revés / le dejó el desnudo.»
Este pasaje muestra cómo los recuerdos invaden la vida cotidiana de manera inesperada. La imagen de «otra piel» evoca a una persona del pasado, cuya presencia permanece viva en la memoria del yo poético. El recuerdo no es algo que pueda controlarse; aparece en medio de la rutina y tiene el poder de alterar el presente, derribando las «murallas» emocionales que el hablante ha construido.
La puerta y detrás la noche
y detrás su corte que apaga
que apaga lumbres y golpes
a golpes que andan bandadas
de bandas negras, derroche
de negras suertes heladas
heladas que agitan las voces
que agitan sus alas cerradas
sus alas de rojos rincones
rincones de tumbas robadas
de tumbas de viejos licores
licores de antiguas ventanas
ventanas de cielos sin soles
de soles, garganta y espadas.
Los elementos naturales como símbolos de las emociones humanas
A lo largo del libro, la naturaleza y sus elementos juegan un rol crucial en la representación de las emociones. El viento, la luna, el agua y la tierra aparecen como reflejos externos de lo que sienten los personajes. Estas imágenes naturales no solo añaden un tono visual a la poesía, sino que también profundizan en la conexión entre el yo poético y su entorno.
Ejemplo:
En Romance de lluvia tras la ventana, Lufso utiliza la lluvia como un símbolo de purificación y de melancolía:
«La soledad tan reñida dictará al fin su derrota y las hojas del olvido parecidas a la alondra crepitarán…»
Aquí, la lluvia y las hojas del olvido crean una imagen que transmite tanto el paso del tiempo como la inevitabilidad del desvanecimiento de los recuerdos, cargando al poema de un sentimiento de pérdida y renovación.
La oscuridad y la melancolía como reflejos del estado emocional
En De Amores y Deambulos, la oscuridad se presenta como un símbolo recurrente de la melancolía y el vacío emocional. La noche, las sombras y la negrura se utilizan para describir los estados internos del yo poético, que constantemente lucha con la tristeza, el desasosiego y la soledad. La melancolía es una condición inherente a la existencia del hablante, donde los recuerdos y la ausencia de amor lo sumergen en un constante estado de introspección.
Ejemplo: En el poema «Huésped sin sombra», la oscuridad se convierte en un espacio de introspección y desencuentro con la realidad, una representación física de la melancolía que domina al yo poético:
«La sombra, la niebla, la calma… / Ninguna quiere mitigar mi nada. / La noche, la luna, las lágrimas… / Ninguna quiere aclarar mi mirada.»
Aquí, la oscuridad, la niebla y la calma, en lugar de ofrecer consuelo, profundizan el vacío que siente el hablante. La imagen de la «nada» que no puede ser mitigada simboliza la imposibilidad de escapar de su estado emocional sombrío. La noche y la luna, tradicionalmente vistas como elementos iluminadores en medio de la oscuridad, no logran aclarar la visión del yo lírico, intensificando su melancolía y sensación de pérdida.
La melancolía como inherente a la experiencia amorosa
La melancolía en De Amores y Deambulos está a menudo vinculada con la experiencia amorosa. El amor perdido o no correspondido es una fuente profunda de tristeza, y el recuerdo de ese amor se traduce en una permanente sensación de desolación. El yo poético se siente atrapado en la oscuridad emocional, en gran parte debido a la imposibilidad de reconciliar lo que siente con la realidad que enfrenta.
Ejemplo: En el poema «Noche que pasa», la oscuridad de la noche se vincula directamente con el sentimiento de melancolía y pérdida. El yo lírico describe la soledad que lo envuelve al caer la noche, cuando los recuerdos amorosos se transforman en dolor:
«Era tu perfume el infierno y tus ojos el cielo / y en el medio tu boca, purgatorio de entrada.»
Esta imagen refleja la dualidad de las emociones del yo poético: el amor es, a la vez, la fuente de su melancolía y un recuerdo que no puede abandonar. La noche amplifica esta sensación de aislamiento, y la oscuridad se convierte en el escenario perfecto para revivir tanto el dolor como el deseo, atrapando al hablante en un purgatorio emocional.
Ser
flor
para el cuerpo
del alba.
Ser
cuerpo
para el alba
de la flor.
Ser
alba
para la flor
del cuerpo.
El amor como fuerza transformadora y destructiva
El amor, en todas sus formas, es el tema central de la obra. A través de los poemas, Lufso explora el amor no solo como una fuerza de unión y gozo, sino también como algo que puede transformar y destruir. El amor en De amores y deámbulos es tanto una fuente de felicidad como de dolor, y esta dualidad es una constante en la obra.
En Negativas, el yo poético reflexiona sobre la contradicción entre el amor y la muerte emocional:
«Es éste, mi amor, que en mí te nombra y que me hace tan fiel y fugitivo, tan complejo y sencillo, tan luz y tan sombra lo que me tiene tan muerto de tan vivo.»
El verso encapsula cómo el amor puede ser a la vez vivificante y devastador, resaltando la complejidad de las emociones humanas frente al amor.
La pasión como fuerza arrolladora y contradictoria
En De Amores y Deambulos, la pasión es presentada como una fuerza intensa y a menudo contradictoria, que puede ser tanto fuente de vida y creatividad como de dolor y destrucción. La voz poética experimenta la pasión como una fuerza arrolladora que lo consume, vinculada principalmente al amor y al deseo, pero también a la pérdida y el sufrimiento. Lufso describe la pasión como una energía vital que no se puede controlar, algo que da sentido a la existencia pero que también puede dejar al hablante despojado y vulnerable.
Ejemplo: En el poema «A las horas de tu boca», la pasión se manifiesta en la relación física y emocional con el ser amado. El yo poético expresa cómo la boca del otro es una fuente de deseo y poder que trasciende lo meramente físico, vinculándose con el tiempo y la eternidad:
«Yo soy el siervo entre las horas de tu boca. / El latente corazón del sueño de tu alma.»
Aquí, la boca es un símbolo de la pasión que consume al hablante, quien se describe como un «siervo» de ese deseo. La pasión no solo lo gobierna, sino que también lo define, convirtiendo cada momento en una experiencia cargada de intensidad emocional y física. El yo poético es incapaz de escapar de esa fuerza y se entrega completamente a ella.
La pasión como elemento transformador
La pasión en el poemario no es estática; está en constante transformación. Se presenta como una experiencia que, aunque poderosa, no siempre trae felicidad o satisfacción. En ocasiones, es un deseo insaciable que nunca llega a completarse, lo que deja al hablante en un estado de anhelo perpetuo. La pasión, por tanto, no solo da vida, sino que también puede agotar.
Ejemplo: En el poema «Lo que dure un beso», la pasión está presente en el deseo de trascender el tiempo y el espacio a través del beso. El yo poético refleja cómo, a través del acto físico, busca capturar una eternidad, sabiendo que la pasión es fugaz:
«Quiero serme en tu piel / lo que no abarca el calendario. / Y en tu boca, doble pincel, / pintar vida y muerte presos.»
Aquí, el beso es un símbolo de la pasión que tiene el poder de trascender el tiempo y la mortalidad. Sin embargo, el hablante también reconoce la limitación de la pasión, ya que incluso un acto tan cargado de significado, como el beso, está atrapado dentro del marco del tiempo. La pasión es, al mismo tiempo, lo que puede hacer que la vida sea significativa y lo que evidencia la fugacidad de esa misma vida.
Sus mantos cubren la verdad íntima.
Su verde crece desde su autoridad.
Sin embargo su mano alimenta la víctima.
Su costado está abierto en paridad.
Una mano cefalea gobierna y digita.
Una aguja en la otra espera el final.
El enfrentamiento entre la vida y la muerte
A lo largo de De Amores y Deambulos, Lufso plantea la vida y la muerte como fuerzas en constante interacción, a menudo descritas como compañeras inseparables que influyen en la existencia del yo poético. La vida se ve marcada por la muerte, no solo como final inevitable, sino como una presencia que da forma a las experiencias cotidianas. Este conflicto constante entre ambas fuerzas invita al lector a reflexionar sobre la naturaleza fugaz de la existencia.
Ejemplo: En el poema «Desvarío solitario», el yo lírico describe una escena en la que la vida y la muerte se convierten en interlocutoras, mostrándose como elementos inseparables. El hablante incluso las personifica, enfrentándolas y dejando que se entrelacen:
«A veces, me pongo a hablar con la vida y la muerte. / Las siento a ambas en mis rodillas y las hago que se besen.»
Aquí, la vida y la muerte no son opuestas, sino complementarias. Este acto de hacer que se «besen» sugiere que ambas son necesarias y que se influencian mutuamente. La imagen es poderosa porque insinúa una reconciliación entre el fin y el principio, entre el estar y el dejar de estar, enfatizando que la muerte no es un elemento externo que llega al final, sino que está presente desde siempre, modelando la vida misma.
Este poema nos invita a ver la muerte como una parte integral de la vida, no como un destino temido, sino como una presencia que acompaña constantemente al individuo en su deambular por la existencia.
El futuro es un camino
anónimo y estrecho.
El pasado tiene nombre
y tiene firma
y es tan ancho
como el tiempo y el universo.
El presente,
en cambio,
es la encrucijada simultánea
de todo lo que el mundo
todavía
no ha hecho.
El tiempo como elemento inevitable e implacable
El paso del tiempo es otro de los tópicos más recurrentes de la obra. Lufso examina cómo el tiempo afecta las emociones, las relaciones y los recuerdos. A menudo, el tiempo es retratado como un agente que diluye, transforma o incluso borra lo que en algún momento fue claro y vívido.
Ejemplo:
En el poema A la espera, el tiempo se convierte en un símbolo del deseo y de la distancia:
«Un banco y un andén y un puerto. Una puerta, una ventana y un espejo. Y en cada uno un reloj y un deseo.»
Los relojes y la espera simbolizan no solo la paciencia, sino la incertidumbre que el tiempo impone en las relaciones y en la vida misma. Todo se reduce a la espera de algo, de alguien o de un cambio.
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